Hablando de drugos y algo más...



Prisioneros, como somos, de una sociedad que nos maneja cual títeres en un espectáculo rodeado de elementos de sometimiento, nos elevamos absortos ante la ignorancia social del día a día, sin saber qué pasa en la aldea global y mucho menos con el vecino de al lado. Nuestra inmediatez es el inicio de nuestra incertidumbre, nacemos tan viejos que ya somos dignos de morir, morimos siendo indignos para ser recordados, nos recuerdan por lo que dejamos de hacer, y al final, no hacemos nada.

El surrealismo presentado por Kubrick en Naranja Mecánica es una invitación a la reflexión. A rastrear cómo es que la sociedad actual prefiere las técnicas conductistas sobre las constructivistas. Corría el inicio del siglo XX cuando el ruso Pavlov realizaba experimentos con perros con la finalidad de encontrar sus tipos de respuestas a ciertos condicionamientos. Él, en su calidad de fisiólogo, formuló dos sistemas de señales, uno para el animal y otro para el hombre.

Inspirado por esta idea, y obviamente por la obra literaria de Burgess, Kubrick se propone generar imágenes al respecto. Para ello es necesaria la brutalidad, misma que se manifiesta con las tres debilidades de Alex DeLarge, el protagonista, que son: el sexo, la violencia extrema y su deleite estético por Ludwig Van Beethoven. La interpolación de las tres presenta un oasis de contenidos cinematográficos que al cinéfilo atrapa.

La fantasía más elevada de DeLarge radica en la combinación de las tres. No basta con tener sexo, éste tiene que ser violento y con el telón de las obras de Beethoven. Es así que Kubrick cierra el círculo de las necesidades a saciar del hombre, mismas que generan en el protagonista el sentido de completud al estilo los perros de Pavlov. Pero ¿qué pasa cuando faltan los estímulos? Sencillamente se es bueno.

La concepción moral sobre qué es lo bueno y qué lo malo en Kubrick son fácil de seguir. Desde una perspectiva de moralina religiosa todo aquel placer carnal debe ser erradicado. El tener sexo por tenerlo no es propio del buen cristiano, Cristo mismo renunció a ello. Ahora bien ante el imperativo socrático  de que “es preferible sufrir una injusticia que cometerla”  (Platón, 2007) Alex DeLarge se jacta de ello, y por ende, consecuentemente es considerado por la sociedad como “malo”.

Al matar a la señora de los gatos es digno de pasar una condena de 14 años. Llega a ella e inmediatamente deja de ser Alex Delarge para ser el 655321, cuestión que podría pasar desapercibida de no ser por la significación de el hecho de recibir un número. La deshumanización que se recibe al entrar en el sistema penitenciario no será compensada jamás. El cometer un crimen es ser malo para toda la vida, moral que se aleja de Jesús quien perdonó a aquellos que lo crucificaron.

Estando en la prisión, que muchas veces es más segura que la ciudad misma, su actuar es conductual. Se acerca a la religión para redimir sus problemas y así ganarse el perdón de su condena. Escucha de voz de los custodios un proyecto de sanación total, el Proyecto Ludovic que le curará por siempre, dicen y ante la visita el Ministro del Interior hace lo posible por llamar la atención del mismo y ser elegido. Después de 2 años de apoyar al sacerdote en los servicios religiosos y de manifestar una conducta que dentro de los parámetros penitenciarios es reconocida como buena apuesta por expiar sus culpas mediante el maléfico programa gubernamental.

Al ser aceptado en el programa Alex toma la situación con aparente calma, aunque al encontrarse en incertidumbre vislumbra la posibilidad de regresar a sus tres pasiones, pero resulta que el Proyecto Ludovic es justamente la némesis de sus deseos. Por ello, con brutalidad, como lo hace el Estado, es puesto a observar, sin siquiera parpadear, una serie de atrocidades que él mismo ha cometido. Lo tétrico del asunto es su fondo musical. La genialidad de Wendy Carlos, la mujer atrapada en cuerpo de hombre, interpretando a Ludwig Van Beethoven da un apoteósico marco. Nos posiciona en una sensación de vacío en el que no hay marcha atrás. Alex se trasformará en una persona buena.

Al salir, en su calidad de sano, Alex busca refugio en casa de sus padres. Tras una charla se da cuenta que no es bien recibido pues los dos años que ha pasado en prisión no han importado a sus progenitores. Navegando en el mar de la incertidumbre sale a la calle en búsqueda de respuestas. Mismas que encontrará en escenarios antes conocidos.

Primero al encontrar a sus antiguos drugos se da cuenta que el Estado los ha puesto de su lado, si va haber brutalidad que ésta emerja del Estado y no de las pandillas es la lógica gubernamental, es golpeado por ellos para después terminar en la casa de aquel escritor que dejó inválido años atrás. La confusión al ver el letrero de “home” le hace pensar en “lo bueno” aunque es ahí donde precisamente se había grado como un ser brutal. Ya en casa del subversivo escritor es entrevistado y puesto en manos del destino, no sin antes desesperarlo al ritmo del clásico “Cantando bajo la lluvia”.

Al final intenta suicidarse, se encuentra en un callejón sin salida donde la muerte es la única certidumbre que puede darle el tan ansiado final. Falla y es trasladado a un hospital en donde se niega a la visita de sus padres y al recibir a un político prácticamente lo ignora prefiriendo no hacer nada. Al final, ensimismado, llega a su cura al poder únicamente interpolar sus pasiones en su imaginación al ritmo de la Novena Sinfonía teniendo el tan ansiado sexo, sólo en su imaginación.

Nos queda como reflexión el saber si en verdad Alex queda curado. ¿Es una cura reprimir tus deseos? ¿Cuál es la base de los tres deseos de Alex? ¿Por qué el Estado se interesa en manipular nuestros deseos? ¿Por qué educamos en base al conductismo? O en sentido más filosófico ¿Qué es el bien y qué es el mal? Son preguntas dignas no sólo de más ensayos, sino de serias investigaciones sociales. Como siempre una magistral película deja más preguntas que respuestas.
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